Economía social y solidaria
Economías tejidas por mujeres: feminismo y cooperativismo en Madrid, una genealogía por contar

La Economía Social y Solidaria feminista no ofrece fórmulas mágicas, pero sí un horizonte: uno donde lo productivo y lo reproductivo, lo económico y lo afectivo, dejen de estar enfrentados.
Trabajar con cuidado 2
Armario con zapatos en La Faenera. Abajo, Sonia Martín en una de las sedes de Agresta. David F. Sabadell
4 may 2025 07:00

Una genealogía no escrita atraviesa el cooperativismo madrileño contemporáneo. Si afinamos la escucha, descubrimos que en la base de muchas iniciativas de economía social y solidaria (ESS) de hoy resuena la memoria de luchas vecinales, feministas y antirracistas de ayer. Esta historia, lejos de ser lineal, se teje de idas y venidas, de logros y desafíos, de alianzas improbables y de resistencias compartidas.

Los vínculos entre feminismo y ESS en Madrid no son nuevos. Se hunden en una genealogía que comienza en las redes vecinales de los años 70 y 80, en asambleas autogestionadas, en centros sociales y en movimientos barriales que, antes de nombrarse feministas o solidarios, ya practicaban otras formas de organizar la vida y la economía.

En barrios como Vallecas, Carabanchel o el Barrio del Pilar, las mujeres se agruparon, desde prácticas que hoy reconoceríamos como feminismo de base, para defender derechos básicos como la vivienda, el acceso a servicios públicos o la salud comunitaria.

Aunque no usaran ese término, ya practicaban economía feminista: priorizaron los cuidados, la horizontalidad, la inclusión de mujeres migrantes y la conciliación

Estas experiencias, a menudo desatendidas por las instituciones, fueron pioneras en poner en el centro la sostenibilidad de la vida. Aunque no usaran ese término, ya practicaban economía feminista: priorizaron los cuidados, la horizontalidad, la inclusión de mujeres migrantes y la conciliación. “Los comienzos, como suele suceder en estas cuestiones, fueron espacios aislados, pero el tiempo ha ido articulándolos, dándole forma a lo que últimamente se conoce como ‘poner la vida en el centro’ o el ‘buen vivir’”, explica Carmen Espinar, socióloga, activista e integrante de diversas iniciativas como la Red CIMAS.

Sin embargo, como advierte Rocío Nogales Muriel, investigadora y directora de la Red Internacional de Investigación EMES, uno de los riesgos actuales de la ESS madrileña es precisamente olvidar estas raíces populares: “La falta de conexión con las luchas vecinales históricas debilita el potencial emancipador de la ESS. Reconocer, visibilizar y dar la mano a las personas y colectivos en situación de vulnerabilidad extrema que vivimos en nuestra ciudad me parece una urgencia”.

Nuevos feminismos, nuevas economías

Con la llegada de los 2000, el feminismo autónomo y los nuevos movimientos sociales comienzan a transformar el paisaje de las economías alternativas. En Lavapiés, La Eskalera Karakola se consolida como un centro social feminista, pero también como laboratorio de autogestión y lucha colectiva. La antigua panadería de la calle Embajadores 40 fue okupada en noviembre de 1996 por un grupo de mujeres con el propósito de crear un espacio colectivo para experimentar nuevas formas de relacionarse entre ellas. A través del desarrollo de actividades culturales, artísticas y de la gestión compartida de la casa, el proyecto fue tomando forma durante varios meses. Como ellas mismas relatan en su web, surgió tras meses de reuniones y experiencias colectivas.

La Eskalera Karakola ha sido y es un referente de resiliencia, ejemplo de cómo el feminismo puede tejer economías alternativas que no sólo resisten, sino que también crean espacios de transformación profunda en las relaciones sociales y económicas del barrio, que incluyen la autogestión, la ruptura con la división entre gestoras y usuarias y la creación de una estructura organizativa horizontal, abierta y en constante evolución.

Al calor de estos procesos surgen también nuevas iniciativas de proyectos agroecológicos y de consumo responsable impulsados por mujeres

En paralelo, colectivos como Precarias a la Deriva y Pandora Mirabilia han sido fundamentales para teorizar sobre la precariedad y la insatisfacción laboral desde una perspectiva feminista, poniendo de relieve que la economía no solo se mide en términos de trabajo remunerado, sino también en las horas dedicadas al cuidado, la limpieza o el acompañamiento, actividades que han sido históricamente invisibilizadas y asignadas principalmente a las mujeres. Al calor de estos procesos surgen también nuevas iniciativas de proyectos agroecológicos y de consumo responsable impulsados por mujeres.

La crisis como catalizador de cooperativas de cuidados

La crisis del 2007-2008 y sus consecuencias económicas disparan nuevas formas de organización colectiva. Muchas mujeres, sobre todo migrantes, se agrupan para formar cooperativas de trabajo en sectores como el empleo doméstico o la limpieza. Colectivos como Territorio Doméstico o la cooperativa La Comala han mostrado que la economía feminista no es solo una teoría, sino una práctica cotidiana de supervivencia y dignidad.

Es el caso de Territorio Doméstico, además de luchar por mejores derechos laborales, buscan una reorganización social de los cuidados, que los haga responsabilidad colectiva. A través de talleres, acciones de apoyo mutuo y formación, han logrado construir una red de solidaridad donde la dignidad y la voz de las trabajadoras del hogar no solo se reclaman, sino que se ejercen de manera colectiva, buscando siempre el poder de decidir juntas.

Salud laboral
Salud laboral Las mujeres que nunca enferman por trabajar (aunque sí lo hagan)
Hernias discales, tendinitis en el manguito rotador, prótesis en las rodillas... Kellys Madrid y Territorio Doméstico lanzan la campaña “Sin nosotras no se mueve el mundo” para visibilizar la ausencia de reconocimiento de sus enfermedades laborales.

Para Sandra Salsón, psicóloga social y Coordinadora de la Escuela de Emprendedoras Juana Millán, las mujeres juegan un papel disruptivo en este paisaje urbano: cuestionan de raíz conceptos como negocio, ambición o rentabilidad, y abren grietas en el imaginario económico hegemónico: “Nos hacen sentir intrusas, impostoras, pero nosotras ensanchamos ese imaginario para que quepamos todas: las que cuidan mientras trabajan, las que acaban de llegar tras un proceso migratorio o las que acompañan a sus mayores al médico.”

Graciela Gallego Cardona, activista e integrante de La Comala, recuerda que fue la precariedad extrema la que las llevó a organizarse: “Nos dimos cuenta de que teníamos derechos, pero trabajábamos en condiciones de gran desprotección tanto en derechos laborales como derechos humanos.”

La denuncia de las vulneraciones fue solo el primer paso. Como señala Graciela, dar el salto hacia la construcción de alternativas económicas propias —como la creación de su cooperativa— ha implicado un proceso largo, lleno de obstáculos: la falta de recursos, el aislamiento, la dificultad para conciliar tiempos de vida y militancia. Pero también ha sido un proceso profundamente transformador: “Crear conciencia en las compañeras sobre la necesidad de conocer y reclamar nuestros derechos fue clave. Nos llevó a pasar de ser asociación a ser cooperativa, a entender la acción colectiva como herramienta de cambio.”

Esta transición de la protesta a la propuesta conecta con una de las claves que Rocío Nogales identifica para radicalizar los procesos de transformación social: “Si por radicalizar entendemos llevar a la raíz, entonces hay que apostar por la escucha y la inclusividad radicales. No es tanto el qué hacemos, sino el cómo y con quién lo hacemos.”

Economía social y solidaria
ESS Los colectivos migrantes y racializados están construyendo su propio espacio en la Economía Social y Solidaria
A pesar de que se ha avanzado mucho, según los datos existentes, solo un 7% de las personas trabajadoras en la economía solidaria son migrantes o racializadas mientras representan más de un 20% de la población.

La ESS para transformar las relaciones económicas en clave feminista

La ESS propone repensar de raíz cómo organizamos los recursos que sostienen la vida, situando en el centro no solo los bienes materiales, sino también los vínculos, los cuidados y los sueños colectivos. Como recuerda Rocío Nogales, se trata de recuperar la idea de “economía” como gestión de nuestra casa común, donde el mercado convive con prácticas de reciprocidad, redistribución y apoyo mutuo.

Desde esta mirada, la perspectiva feminista no es un añadido, sino una fuerza que atraviesa la ESS en su base política, práctica y simbólica. Ha reforzado su “tuétano teórico y político”, como apunta Nogales, aunque aún queda camino por recorrer para cerrar la brecha entre discurso y práctica. A menudo, las urgencias económicas relegan los principios feministas a un “después” que nunca llega. Carmen Espinar advierte que priorizar únicamente la viabilidad financiera puede vaciar de sentido la propuesta transformadora de la ESS, si los cuidados, la igualdad y el trabajo digno se dejan para cuando “los números estén bien.”

En este contexto, herramientas como el Balance Social han cobrado un papel clave. Esta auditoría colectiva permite medir cómo las entidades de la ESS aplican en su día a día principios como la equidad, la sostenibilidad o la cooperación. Los datos de REAS para 2023 muestran avances notables: las mujeres representan casi el 65% de las plantillas, ocupan más de la mitad de los cargos de responsabilidad y la brecha salarial media apenas alcanza el 0,55%, frente al 18% del mercado laboral convencional.

Como recuerda Pandora Mirabilia, se trata de llevar el lema “poner la vida en el centro” a lo cotidiano, sin caer en el fetichismo de lo medible y atendiendo a lo pequeño, lo relacional, lo no cuantificable

Pero estos logros no son casuales: responden a prácticas conscientes y sostenidas, a decisiones políticas tomadas desde las bases. Como recuerda Pandora Mirabilia, se trata de llevar el lema “poner la vida en el centro” a lo cotidiano, sin caer en el fetichismo de lo medible y atendiendo a lo pequeño, lo relacional, lo no cuantificable. Implica reconocer el conflicto entre capital y vida, entre los ritmos de producción y las necesidades humanas.

Para que esta transformación sea posible, también es necesario repensar los liderazgos, gestionar los conflictos sin ocultarlos y mantener viva una mirada creativa y colaborativa. Espinar lo resume como la capacidad de “reconocer el procomún que nos sostiene, escuchar con empatía y abordar los retos desde ese axioma: la vida en el centro”. O como dice Sandra Salsón, transformar la economía feminista es limitar la autoexplotación, asumir la complejidad y construir colectivamente con lo que tenemos.

Así, la ESS feminista no ofrece fórmulas mágicas, pero sí un horizonte: uno donde lo productivo y lo reproductivo, lo económico y lo afectivo, dejen de estar enfrentados para empezar a tejer, entre tensiones y aprendizajes, una economía más justa, diversa y vivible.

La ESS, una práctica viva y situada en Madrid

En los primeros años de la década de 2010, la marea de indignación del 15-M también impregnó los tejidos de la Economía Social y Solidaria madrileña. Aquellas asambleas en plazas y barrios, marcadas por la autogestión, la horizontalidad y la demanda de “otro mundo posible”, reactivaron redes vecinales y propiciaron el nacimiento de cooperativas de consumo, bancos del tiempo y plataformas de trueque con fuerte protagonismo femenino.

Fue entonces cuando la ESS dejó de ser un nicho alternativo —en 2001 se había fundado REAS Madrid— para integrarse en un movimiento social más amplio, abriéndose de lleno a las propuestas feministas. Conceptos como la centralidad de los cuidados, la ruptura de las jerarquías o la apuesta por metodologías participativas comenzaron a permear los estatutos, asambleas y prácticas cotidianas de muchas entidades. Una transformación que ha sido posible gracias al impulso constante de las mujeres, que han sabido entrelazar la gestión colectiva con la acción política transformadora.

Este cruce se consolidó de forma visible en marzo de 2018, cuando numerosos proyectos de ESS se sumaron activamente a la gran Huelga Feminista bajo el lema internacional “Si nosotras paramos, se para el mundo”. Aquella jornada marcó un punto de inflexión: no fue solo una muestra de apoyo, sino la ratificación de que los feminismos —en plural— como señala Carmen Espinar durante la entrevista, se habían integrado en la propia columna vertebral de la ESS madrileña.

Hoy  el Mercado Social de Madrid agrupa a más de 200 entidades, que van desde pequeñas iniciativas autónomas hasta grandes cooperativas y cuenta con cerca de 900 socias consumidoras

Otro momento clave fue la transformación del Mercado Social de Madrid (MES-M), creado como espacio de intercambio entre entidades comprometidas con modelos económicos alternativos. En 2014, pasó de ser una asociación a convertirse en una cooperativa integral. Este cambio le permitió consolidar su estructura y fortalecer redes de apoyo mutuo entre productoras, consumidoras y organizaciones. Hoy agrupa a más de 200 entidades, que van desde pequeñas iniciativas autónomas hasta grandes cooperativas como Tangente o Ecooo, y cuenta con cerca de 900 socias consumidoras comprometidas con el consumo responsable.

La ESS feminista en Madrid, sin embargo, no es un proceso uniforme. Convive con contradicciones, avances lentos y desigualdades internas. Pero también con apuestas claras que conjugan autogestión, justicia económica y lucha contra el racismo y la precariedad. Espinar destaca especialmente la irrupción de nuevas iniciativas lideradas por mujeres migrantes y racializadas: “Ahora estamos viendo la llegada a la ESS de entidades y cooperativas formadas por personas migrantes, donde hasta el momento su presencia era y es escasa”. Y recuerda que los feminismos del norte global han aprendido mucho de sus compañeras del sur.

Ahora bien, la expansión y el reconocimiento institucional de la ESS no han estado exentos de riesgos. Rocío Nogales alerta sobre el peligro de la cooptación o el vaciamiento de su potencial transformador: “La pérdida de la capacidad crítica —siempre constructiva y cuidadosa— hacia nuestros propios movimientos se vuelve en nuestra contra al reducir el potencial de imaginar caminos y estrategias alternativas viables y deseables”. Una crítica que resuena en muchas organizaciones cuando se enfrentan al dilema de colaborar con administraciones públicas en condiciones que no siempre son justas ni transparentes. “Colaborar sí, cooperar también —afirma—, pero raras veces se aclaran las reglas del juego”.

A ello se suma el riesgo de la banalización. Como señala Espinar: “La sombra del greenwashing, con todas las variantes que queramos —igualdad, diversidad, feminismo, procomún— siempre va a estar ahí. Igual que cuando se habla de democracia, concepto tan amplio que permite muchas transgresiones comúnmente aceptadas”. Rocío Nogales coincide: es necesario resistir la tentación de adaptar los mensajes a tendencias fugaces si queremos sostener la capacidad transformadora de la ESS.

También existe el peligro de la “colonización de vuelta” en los procesos de cooperación: imponer modelos de ESS en contextos donde las comunidades ya practican formas ancestrales de reciprocidad, mutualismo o gestión colectiva. Nogales lo resume con cautela: “Son cuestiones que se mueven entre una delgada y frágil línea entre respetar y errar el tiro”. Una llamada a la humildad y al reconocimiento de los saberes de las otras, especialmente cuando la ESS del norte entra en diálogo con pueblos originarios o comunidades campesinas.

A pesar de estos desafíos, el momento actual está cargado de posibilidades. La conciencia creciente sobre los límites del modelo económico dominante, el fortalecimiento de redes colaborativas y el protagonismo de las mujeres en la construcción de una economía más justa representan una base sólida desde la cual seguir caminando. Como señala Pandora Mirabilia: “Hay que atreverse a soñar, aunque no hay fórmulas mágicas y sí mucho trabajo”.

Trazar la historia para imaginar lo que viene

Recuperar esta genealogía no es solo un ejercicio de memoria, es trazar un mapa de caminos posibles para los retos de hoy y mañana. Las experiencias y prácticas feministas en la economía social y solidaria madrileña muestran y demuestran que otra forma de producir, intercambiar y convivir ya existe. Está sostenida por mujeres que, a lo largo de cuatro décadas, han tejido cooperativas y colectivos con principios de equidad, justicia social y solidaridad.

Hacer visible esta historia implica también politizar la economía: entender que producir, cuidar, distribuir y decidir sobre lo común son actos profundamente políticos. Y que, si queremos imaginar una transición justa, ecofeminista y comunitaria, tenemos que mirar hacia estas redes de economía tejida por mujeres.

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