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Literatura
Edurne Portela y José Ovejero: “Nuestras protagonistas hicieron historia, pero no están representadas en ella”

“Las tareas domésticas recaían sobre Jeanne Martin y Vera Lanis, ayudadas por todos los que entonces vivían alrededor de Trotsky. Sobre todo al atardecer, nos quedaba la tarea desagradable de lavar la vajilla. Una vez, Trotsky quiso ayudarnos. Empezó a secar cada plato y cada vaso con una minucia tal que la operación se prolongó hasta tarde en la noche, dejándonos a todos más cansados que si no nos hubiera ayudado”. Esta insólita imagen de Trotsky afrontando el secado de la vajilla como si se tratara de una operación de neurocirugía endovascular procede de Con Trotsky en el exilio: De Prinkipo a Coyoacán, las memorias del holandés Jean van Heijenoort. Su relato incluye una faceta que las historiografías y crónicas revolucionarias suelen pasar por alto: la vida cotidiana de la militancia y el (desigual) reparto de las tareas más ingratas.
Edurne Portela y José Ovejero reparan ese vacío en Una belleza terrible (Galaxia Gutenberg, 2025), donde relatan los esfuerzos revolucionarios y los sinsabores de las vidas cotidianas de Van Heijenoort, Martin y Lanis, y muchos otros. El libro tiene como hilo conductor a Raymond Molinier, colaborador de Trotsky, impulsor de innumerables publicaciones y facciones, desde sus inicios en el París de principios de siglo hasta su paso por la Argentina de Evita Perón y más tarde de la dictadura de Videla. Una vida excepcional, cuya inventiva para sacar adelante la revolución incluía la creación de extravagantes negocios con los que financiar el exilio de Trotsky o la huida de militantes revolucionarios durante la II Guerra Mundial, camuflados como integrantes de un circo.
¿Cómo descubristeis al personaje de Molinier? ¿Qué os atrajo de él para escribir su historia?
José Ovejero: Lo descubrí por casualidad en un ensayo sobre personajes del siglo XX. Me llamó la atención porque había estado muy cerca de Trotsky, pero también porque había tenido una actividad bastante rocambolesca de estafador, de vida en la clandestinidad. Había montado aventuras muy peculiares para financiar el partido y la huida de gente perseguida. Luego vi que había una serie de mujeres vinculadas con él y con Trotsky que parecían muy interesantes, y se lo conté a Edurne. Nos dimos cuenta de que a los dos nos interesaba escribir esa historia, y decidimos escribirla juntos.

Los personajes femeninos son mucho menos conocidos, ¿cómo conseguisteis información sobre ellas?
Edurne Portela: Raymond Molinier tiene una autobiografía que dura hasta 1940 y ahí mencionaba a sus tres primeras compañeras de vida: Jeanne Martin des Palieres, Vera Lanis y Suzanne Demanet, con la que se va a América. Al mismo tiempo que empezamos a investigar a Molinier, leímos la historiografía trotskista, y apenas se las mencionaba. Y si se las mencionaba, como a Jeanne Martin, se la mencionaba para mal, porque tuvo un enfrentamiento con Trotsky. Nos dimos cuenta de que había un vacío brutal y empezamos a hacer una investigación en profundidad sobre ellas.
J.O.: En la Universidad de Harvard está el archivo Trotsky y les escribimos diciéndoles que queríamos leer las cartas que había escrito toda la gente que estaba en su círculo. Para nuestra sorpresa, nos dijeron que sí. Eso fue fundamental, no solo para la información sobre las actividades políticas, sino también para las relaciones personales entre, por ejemplo, Jeanne Martin y Natalia Sedova, la mujer de Trotsky, que tuvieron una relación muy estrecha.
A través de esas cartas pudisteis conocerlas.
E.P.: De Vera encontramos muy pocas cartas, pero de Jeanne una cantidad inmensa. Escribía mucho, era muy minuciosa en sus cartas. Era descubrir su voz, su sensibilidad, qué pensaba de la lucha política, pero también cosas como qué cortinas baratas comprar en el mercado de pulgas en París. Eso nos abrió de repente todo un universo para explorar. Y, claro, la visión que tenía de su compañero Raymond después de conocerlo, pero también de Trotsky, de todo ese núcleo duro.
J.O.: Pudimos percibir las vidas precarias que llevaban, de pobreza, de persecución, de clandestinidad, de conciencia de que los están matando. Al oírles hablar de ellas y a ellas, tienes otra visión mucho más cercana.
Hablar de ellas permite visibilizar esa faceta que no se suele contar en las historias revolucionarias, como quién hacía los trabajos domésticos o quién cocinaba.
E.P.: Es lo que pasa siempre con las mujeres que están vinculadas a la revolución, que su actividad política es secundaria, no cuenta. Y tampoco toda esa actividad de sostenimiento de la vida. Estamos hablando de mujeres, tanto Natalia Sedova como de Jeanne Martin, que son mujeres políticas muy formadas. De hecho, la conciencia política de Trotsky empieza a través de su primera mujer, que le introdujo en el marxismo. Son mujeres que tienen una actividad muy clara en el trotskismo, de organización y traducción, mucha actividad intelectual, y que luego sostienen la vida de todos a través de sus cuidados y de esos trabajos que, claro, alguien tiene que hacer. En ese contexto de persecución y de pobreza, no pueden pagar a alguien para hacerlo, y ellas se tienen que hacer cargo.
Además de exigirles que se hiciesen cargo de los trabajos domésticos, a muchas de ellas se las borra de los relatos y crónicas de la época, se ignora su participación y su presencia.
E.P.: El desprecio, la injusticia que se ha cometido con Jeanne históricamente es incluso mayor, porque se enfrentó a Trotsky por la custodia de su nieto [Esteban ‘Sieva’ Volkov], que ella había cuidado durante ocho años, que había protegido cuando estaban en Berlín y la madre del niño [Zinaída Vólkova, hija de Trotsky] estaba fatal psicológicamente. Ella, que hizo todo eso, de repente se convierte en la mala de la película, en una loca, una histérica, porque reclama la custodia del niño.
J.P.: Lo que es terrible, y diría que nos dolió personalmente, es que el nieto se refiere a ella, pero de una manera muy crítica, muy despectiva. Ese niño al que ella cuidó, de quien se hizo cargo en una situación dificilísima, sin embargo absorbe esa manera de mirarla. Trotsky, que nosotros sepamos, no menciona a Vera Lanis en ninguno de sus escritos, ni en sus diarios ni en su autobiografía. Ella le dio su apellido a Trotsky y a Natalia cuando estaban en la clandestinidad. Por eso decidimos ponerle a hablar en primera persona, teníamos esa sensación de estar ante una injusticia histórica.
Y en el libro tratáis de reparar esa injusticia.
E.P.: Es darles el espacio que creemos que se merecen en nuestra historia, un espacio que les ha sido negado. Ellas tienen historia, han hecho historia, pero no están representadas en ella.
J.O.: Jeanne cometió el gran pecado de ser coherente con sus propias ideas, de no obedecer a Raymond —se enfrenta con él—, y no obedecer a Trotsky, con quien se enfrenta no solo por el nieto sino también por los archivos de Liova [Leon Sedov], su segunda pareja e hijo de Trotsky. Y se enfrenta también con Liova porque, a pesar de ser su pareja, apoya al grupo opuesto dentro del trotskismo. Es una mujer absolutamente coherente con lo que cree, independiente de la autoridad, y eso lo paga caro.

Me llama la atención el caso de otra de las mujeres que tienen relación con Molinier, Elisabeth Käsemann, en la Argentina de los años 70. Su experiencia militante, en el Partido Revolucionario de los Trabajadores y en la lucha guerrillera, da la impresión de haber sido muy distinta, con más reconocimiento. ¿Veis una evolución de la militancia de Vera y Jeanne a la de Elizabeth?
E.P.: Es otro tiempo político y otro final. Si Elizabeth hubiera sobrevivido al secuestro, a la desaparición y a la tortura, hubiera tenido otro tipo de historia, pero la muerte tan trágica que tuvo y todo lo que hizo su familia, una fundación con su nombre, han mantenido esa memoria. No tanto la memoria militante, porque se ha blanqueado un poco la actividad de Elizabeth, que estaba en un grupo revolucionario que defendía la violencia como arma de liberación y de emancipación. Y esa pertenencia y esa confianza en que la revolución tenía que ser violenta para triunfar sobre la opresión se le ha negado.
J.O.: Con ella hemos tenido la ventaja de que contamos con testigos, con testimonios directos de su vida y de su muerte, gente que la conocía, que luchó con ella. También era una alemana hija de un pastor protestante, con lo cual su muerte fue un auténtico escándalo, mucho más que la de numerosos argentinos que murieron en esa época.
En el libro recuperáis una forma de militar y de comprometerse que es muy difícil de encontrar en la actualidad, ese compromiso para darlo todo por la transformación social. Pero lo contáis para lo bueno y para lo malo: el ambiente de paranoia y desconfianza, las escisiones constantes...
J.O.: Hace poco nos preguntaron: ¿creéis que eso sería posible hoy? Respondimos que no, porque las condiciones han cambiado. Pero ayer estaba pensando que tampoco habría creído que hoy habría un movimiento nostálgico del nazismo tan fuerte en Alemania, mayoritario en algunas regiones. Si el mundo va en esa dirección, es posible que se generen otro tipo de militancias.
E.P.: Tienes razón. En EE UU puede venir una unidad armada y sacarte de tu casa sin una orden judicial. A mí, que he vivido allí 18 años, me lo dicen y no me lo creo. ¿Cómo puede desaparecer el habeas corpus en EE UU? La reacción a eso puede ser volver a un tipo de militancia y de lucha que creíamos olvidada, porque las condiciones son diferentes. Así que, ¿quién sabe?

Decidisteis escribir juntos la novela, ¿cómo fue llevar eso a cabo?
J.O.: Cuando dices “vamos a escribir juntos”, no sabes muy bien qué significa. ¿Vamos a crear una estructura de la historia y nos vamos a repartir los capítulos? Quizá por necesidad, porque no podíamos tener estructura, porque al principio no teníamos información de muchísimas épocas de nuestros personajes, decidimos ir escribiendo las escenas que se nos ocurriesen, independientemente de la cronología del personaje principal. Edurne escribía algo, me lo daba, yo escribía algo, se lo daba, lo comentábamos. Luego dimos un paso más: intervenir en el texto que había escrito el otro o la otra. Ella me daba algo y yo añadía unos párrafos o le quitaba… La tercera fase, que ni siquiera la habíamos tenido en mente como posibilidad, fue abrir el mismo documento en dos pantallas, con dos teclados, y escribir la misma escena a la vez. Uno escribe un par de frases, ella a lo mejor me tacha la última que he escrito y asocia otro posible desarrollo.
Por eso no se nota la diferencia de estilo entre los capítulos.
E.P.: Con los personajes fue igual. Yo empezaba con un personaje, pero después lo completaba José. En ese sentido fue muy orgánico, fácil, y fluyó muy bien, a pesar de que suene un poco locura o difícil desde fuera.
En el relato encontramos capítulos en primera persona, en tercera persona, así como otros en los que incluís vuestra propia experiencia.
J.O.: La idea de darnos tanta libertad al principio nos llevó por ahí. Nos pareció que cada personaje, cada situación, pedía un tratamiento distinto. La decisión que no tuvimos clara hasta el final fue la de meternos a nosotros mismos [en el relato].
E.P.: Al principio tuvimos dudas, lo que pasa es que no paramos de escribir de esa manera. Nos parecían bien las reflexiones, nos gustaba lo que estábamos escribiendo, pero no sabíamos si iba a tener sentido, porque a la gente qué le importa lo que pensemos. También por pudor, contamos cosas muy íntimas. Pero después nos dimos cuenta de que tenía sentido, por la excepcionalidad de ser un libro escrito a cuatro manos. Contar cuáles eran nuestras dudas a la hora de escribir, desde donde escribíamos. No solo intelectualmente, también nuestro estado afectivo, psicológico, en un momento en la vida que nos enfrentamos a cosas que nos preocupan y eso está permeando en el texto, en la forma en la que miramos a los personajes.
La novela no puede tergiversar la historia al servicio de la ficción. Para nosotros, todo lo que hemos aprendido en los documentos, todo lo que tiene una base histórica fidedigna, lo tenemos que respetar
Podríais haberos inspirado en los hechos para inventar las historias y los personajes. ¿Por qué decidisteis, en cambio, partir de una investigación histórica y luego rellenar los huecos con imaginación?
J.O.: Más de una vez nos han preguntado si consideramos que es una novela o es un ensayo. Decimos que es una novela porque hay ficción, es decir, hay imaginación. Hay cosas que no sabemos si fueron exactamente así, pero pensamos que pudieron serlo. Hemos intentado escribir solo aquello que pudo ser. Obviamente, estamos imaginando. No sabemos qué siente Raymond durante la huelga de la Renault, pero como conocemos bastante al personaje, podemos hacernos una idea, imaginar qué pudo pasar. Hemos limitado al máximo la invención, quizá porque los dos somos historiadores y tenemos cierto respeto por la historia.
E.P.: La novela no puede tergiversar la historia al servicio de la ficción. Para nosotros, todo lo que hemos aprendido en los documentos, todo lo que tiene una base histórica fidedigna, lo tenemos que respetar. No lo podemos tergiversar simplemente porque en la novela quedaría bonito que hubiera pasado de otra manera.
¿Queríais que la novela tuviese algún tipo de diálogo con la situación actual? Ahora mismo todo invita al pesimismo y se suele repetir que no somos capaces de imaginar un horizonte esperanzador. Pero vuestros personajes creían en un futuro mejor, aunque se llevaron todos los reveses de la historia.
E.P.: Una de las cosas que nos atrajo muchísimo de toda esta gente es esa capacidad de creer, de imaginar, de apostar por la construcción de un mundo que iba a ser mejor para todas y para todos, no solo para ellos. Aunque luego saliera mal, aunque cometieran muchos errores, aunque a veces la violencia desatara esa belleza terrible. Esa fe en la capacidad del ser humano de hacer el bien, de crear una sociedad más justa, más bella, mejor. A mí eso me emociona y me conmueve.